viernes, 6 de mayo de 2011

Santo Domingo

Nos despertamos, si nos despertamos, se habían acabado las caricias. Lydia no hablaba nada, le duraba el enfado del día anterior. Yo seguí su ritmo, pensando que ya se le pasara, le he dado una explicación y no entiendo que eso dure, pero bueno habrá que vivir este día también. La única palabra que se cruzo entre nosotros fue:

-         ¿Nos vamos? Pregunto Lydia.

Cogí la bolsa y el traje sin contestarle, y me dirigí a la jipeta, ella me siguió dando un portazo en la puerta. Vaya viajecito me esperaba. Dos horas de silencio por lo menos, bueno sobreviviría sin duda. Pare la jipeta delante de recepción, bajándome de la jipeta.

-         Voy a pagar, Lydia.

No contesto, como es evidente,  entre al control para liquidar la estancia.

-         Buenos días, quería liquidar la estancia.
-         Si Don al momento. ¿Pero no han pedido café hoy?
-         No, la verdad es que no he pensado.
-         Espere un momento Don, que le traigo aquí mismo algo para desayunar. ¿Le llevo a la Doña?

Pensé, si se lo lleva, con el humor que tiene igual le monta un pollo, y sigue muy cabreada.

-         No, a la Doña no le lleve que no se encuentra bien.

Me desayune tranquilamente, pague y fui hacia la jipeta. La cara de Lydia había empeorado, pero bueno era el mismo silencio, no había perdido mucho.  Me encendí un cigarrillo, busque una emisora de radio y arranque hacia la parada de Tomás, allí nos estaría esperando Juan Inés. Menudo papelón cuando encontremos a Juan Inés, Lydia es de las que salpica a todo el mundo, veremos si vamos a tener un Caballo de Troya, en el Caribe.

Llegamos donde Tomás, ya estaba allí Juan Inés, con su sonrisa dominicana habitual, el vio la cara que hacia Lydia, y cuando baje de la jipeta me hizo un gesto con la mano.

-         Si Juan Inés, hoy tenemos fiesta mayor, se prudente.
-         No se preocupe Don.

Nos sentamos en la mesa habitual. Vino Tomás tan amable como todos los días, y deje que él hiciera el trabajo. Le pregunto a Lydia por el desayuno y ella le contesto secamente, que si lo de siempre. Después nosotros hicimos el pedido. Lydia no hablaba, Juan Inés no se atrevía a decirle casi nada, únicamente hablábamos él y yo. El tema era monotemático, el interés de su tío sobre los vinos. Lydia acabo de desayunar.

-         ¿Quieres algo más Lydia?, dije.

A día de hoy todavía estoy esperando que me conteste. Había insistido demasiadas veces, ya vendría si quería, era suficiente, y más con terceros delante, la soberbia es algo que no aguanto. Subimos a la jipeta y empezamos el viaje hacia la capital. Intente rozarle la mano, cogérsela, ella la apartaba, Lydia estaba enferma de soberbia. Circulábamos únicamente con el sonido de la música del radio. Juan Inés era victima de la situación, y decidió ponerse a dormir.

Íbamos por La Vega, y yo no aguantaba más, vi una explanada al lado de la carretera, pegue un frenazo y pare en ella. Juan Inés se despertó. Baje de la jipeta, le di la vuelta por delante y abrí la puerta de Lydia, no medie palabra. La cogí del brazo y la hice bajar, la puse enfrente de mí y la bese. Ella adopto una pose rígida como si no fuese con ella. La volví a coger y la volví a besar, Lydia ya puso las manos en mi cintura, yo oí en aquel momento un ruido. La volví a coger y la volví a besar, ella ya me rodeo el cuello con sus brazos, yo oía aplausos, pero no sabia de donde venían.

Nos giramos los dos buscando algo no sabíamos donde, resulta que al lado de la carretera, y en un montículo de unos cincuenta metros pasaba el ferrocarril y un grupo de negritos nos estaban mirando de lejos, y cada vez que nos besábamos aplaudían, eran unas 200 personas. Nosotros nos volvimos a besar, el sonido se incremento, nos giramos Lydia y yo nuevamente hacia el mismo sitio, todos los que esperaban el tren y eran más de mil, nos estaban aplaudiendo y vitoreando, pidiendo que nos diésemos otro beso. Lydia accedió e incluso les chillo “Va por vosotros”

-         Bueno Lydia no les vamos a defraudar ¿Qué hacemos?

Me cogió ella y me beso, uno de los besos más largos y tiernos de nuestra relación, los vítores se habían incrementado, hasta Juan Inés aplaudía dentro de la Jipeta.

-         Bueno Lydia, vamonos que al final llegaremos tarde.

La acompañe a su puerta y la trate como una princesa. Marchamos hacia la capital, los negritos seguían gritando y saltando, al mismo tiempo que agitaban las manos diciéndonos adiós.

-         Ya ves Lydia, sin querer hemos hecho todo un espectáculo.
-         En ti es extraño Ferry, vaya numerito hemos montado. Se reía de la situación.
-         Van a salir Vds. En El Clarín, dijo Juan Inés.

Por fin reíamos los tres, que era nuestra situación habitual. Lydia ya cambio de semblante, íbamos por el camino, durante el trayecto iba comentándole los diferentes sitios que íbamos pasando, sus peculiaridades, los ríos que veíamos y le iba anunciando un poco la capital, que vería, y que cuidados tenia que tener, por algo me había hecho esa autopista dos veces a la semana, durante dos años. Yo les conocía y ellos me conocían.

-         Ya tengo ganas de llegar Ferry.
-         Pues nos falta un buen rato Lydia, piensa que yo este viaje lo hacia en dos horas, pero aquella jipeta corría más que esta. A esta le cuesta, no tira tanto.
-         Hay que ver como disfrutas conduciendo en este país, Ferry.
-         Esto es diferente, no hay casi presión, puedes hacer lo que quieras, siendo prudente claro, no es como allí que hay radares, policías en todos los sitios, grúas. Esto es hasta cierta parte de calidad de vida, en nuestro país es un agobio, quedas del coche hasta la nariz.
-         Pues vas rápido Ferry.
-         Si Doña, pero debería haber visto al Don con esa jipeta Toyota, era la flecha. Juan Inés reía.

Llegábamos a Bonano, y aquí ya se veía la influencia de la capital, el tráfico era denso, los cruces aunque con semáforos los respetaba poca gente, todo el mundo intentaba pasar, los cláxones eran música ambiental. Lydia cada vez llevaba los ojos mas abiertos, mirándolo todo, impregnándose de aquellas nuevas visiones. Llegamos a un semáforo y paramos, empezó a pasar un montón de gente vendiendo cosas, era el desfile del comercio.

-         Tienes sed Lydia.
-         No, lo que me apetecería es un helado.
-         Eso esta hecho, ¿Tu quieres algo Juan Inés?
-         No gracias Don.

Chille por la ventanilla “eskymay”, al momento vino el vendedor de helados y me pregunto de que gusto los queríamos, le pedí dos de maracuya. Les cortó la punta del plástico y me los dio, yo le di los 6 pesos que valían los dos.

-         Toma Lydia, prueba.
-         ¿Esta bueno?, ¿De que es?
-         De maracuya. Ya sabes en un semáforo puedes comprar de todo. A estos les llaman los “eskymay” y ellos dicen que son para “mamei”. Juan Inés y yo reíamos. Lydia también sonrió aunque no sabía mucho de que iba la broma. Realmente, dije a Lydia, les llamo pingüino, por el uniforme de pingüino que llevan, te entienden igual.
-         Esta bueno Ferry, en el próximo me compras otro. Pero estos ¿Tienen alguna licencia para vender o algo así?
-         No Lydia, hay paro, y piensa que también hay mucho haitiano suelto por aquí, sin papeles y esto es una manera de que tengan ingresos y evitar la delincuencia, más o menos. Es un equilibrio contemplado. En un semáforo puedes comprar pantaloncillos, medias, gafas de sol, agua, refrescos, jugos, adorno para coches, accesorios para celulares, tarjetas de llamadas, periódicos, limpia parabrisas, aguacates, frutas, perros, semillas, palmito, palitos de coco, naranjas, piñas, limones, chichiguas, rábanos, limoncillos , zanahorias, ciguitas, caramelos, guayabas, cotorras, café, revistas, fundita de agua, helados, caña, semillas de cajuil, banderas de los equipos de béisbol, bueno y todo lo que te puedas imaginar. Ves con cuidado con el bolso, ponlo en el suelo y no dejes que nadie se apoye en la ventanilla, y sobre todo no te tomes nada a risa, esta en juego tu seguridad. Ya estamos cerca Lydia, pronto entraremos en la capital.

A la media hora estábamos entrando en la capital, entramos por detrás, cerca del Mercado Central, por llamarle algo, e íbamos a coger la 27 de Febrero. De repente Juan Inés dijo:

-         Cuidado Don con el guardia acostado.

Lydia miraba a un lado y a otro, y en vista que no paraba dijo:

-         Pero párate Ferry, que Juan Inés dice que hay un guardia acostado.

Juan Inés y yo soltamos una carcajada monumental.

-         Mira Lydia, tranquila, esas montañitas de asfalto que ponen en la calzada para que frenes, aquí les llaman así, no es ninguna persona, tranquilízate.

Lydia rió con fuerza, dándose cuenta de la broma que le habían gastado.

-         Sois malos hombre, muy malos los dos.
-         Tu no te haces ni idea, Lydia de lo malos que somos,

Pocos compañeros de aventuras he tenido en mi vida, pero Juan Inés había sido uno de ellos. Por fin estábamos en la 27, habíamos pasado la Plaza de la Bandera.


-        -  ¿Don donde van a dormir Vds.?
-        -  Pues no lo se Juan Inés, estaba pensando en el hotel que voy siempre, ese italiano que esta al lado de la Embajada Española, esta bien de precio y es céntrico.
        -  Es que yo Don,  conozco unas cabañas en la 27, ¿Quiere que vayamos a verlas?
-        -  Si nos coge de paso si, si nos tenemos que desviar mucho, lo dejamos.
-         Si están aquí al lado Don, el próximo cruce a la izquierda, y a 50 metros están.
-         Bueno vayamos Juan Inés, pero rapidito.

Fuimos, fuimos a verlas, que cosa mas pasada, la primera que nos enseñaron tenia una silla de sadomasoquismo, me di la vuelta directamente, menos mal que Lydia se había quedado en la jipeta.

-         Venga Juan Inés, vamonos esto es demasiado, no es mi estilo, nos quedaremos en el italiano, ahora llamare cuando llegue a la casa del Cónsul.
-         Como Vd. diga Don. Íbamos andando hacia la Jipeta.
-         Que tal Ferry, ¿Son como aquellas?
-         Mejor ni hablamos Lydia, iremos al hotel, esta rodeado de servicios.

Por fin llegamos a la casa del cónsul. Moreno nos vio y abrió el portón. Juan Miguel salio a saludarnos, dándonos un abrazo, su mujer cumplió en lo básico. Juan Inés no entró, no le caía bien esa mujer, la verdad es que era rara, no se que se creía, era insociable

-         Nos vamos Juan Miguel, el procurador debe de estar esperando.
-         Ahorita Ferry, mejor vamos con las dos jipetas.

Nos dirigimos al Palacio de Justicia, estaba cerca de la embajada Española, después haría la reserva. Jóvenes vendiéndote los aparcamientos y letreros de prohibido entrar pistolas. En la puerta estaba el Procurador, nos saludamos.

-         He hablado con el secretario y nos recibirá en cuanto lleguen Vds. Don.
-         Pues no perdamos tiempo, vamos Juan Miguel.
-         Es que llevo la pistola Ferry, si me cogen me meten un puro.
-         Joder tu y tus manías, la podías haber dejado en casa Juan Miguel.
-         Moreno, dijo el Cónsul, toma llévatela tú y quédate en el coche.

Nos fuimos al despacho y nos anuncio el secretario, al poco rato nos hicieron pasar. Nos presentamos y expusimos el caso. La discusión era completamente al estilo dominicano, sin conclusiones y yo quería compromisos. Al final intervine, y sabía que tenía que ponerme fuerte en el concepto contractual de la responsabilidad judicial y donde estaba referenciada en caso de conflicto. Al final conseguí que se pronunciara, discutir con un español no le hacia ninguna gracia.

-         Mire Vd. Don, le aseguro que pasado mañana a las 10, no más, habré revisado todo el expediente y le daré mi dictamen, pero por lo que Vd. cuenta debería celebrarse aquí en Santo Domingo. He leído el contrato que firmaron y no les falta razón. Vengan a verme entonces.
-         Confío en Vd. Fiscal, y quiero confiar en la justicia de este país.

Después se unieron al discurso el Cónsul y en Procurador, con ese tono grave que se utiliza en esas ocasiones. Salimos del Juzgado y comentamos con nosotros la posible veracidad de sus palabras entre nosotros, el Procurador insidia que de él no se podía dudar, que en un par de días estaría decidido que él iba a iniciar el traslado del expediente y tenia que solicitarlo ya en Valverde Mao. Nos quedaremos hasta entonces, le comente a Lydia. Nos despedimos, y quedamos a esa hora para ver al Fiscal nuevamente. Lydia y yo íbamos al hotel, el Cónsul se llevaba al resto. Quedamos en pasar a tomar una lima por casa del Cónsul más tarde

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